Análisis especializado
Argentina y la baja natalidad: más allá de las cifras, las causas

Por José Ignacio Olaguibe
El reciente informe de la Universidad Austral sobre la situación de la familia en Argentina alerta sobre una tendencia que ya no es nueva, pero sí cada vez más pronunciada: el descenso sostenido de la natalidad.
Este dato, que en sí mismo podría leerse solo como una estadística demográfica, nos interpela como sociedad en un nivel mucho más profundo. Nos invita a preguntarnos no solo por qué se tienen menos hijos, sino también por qué no tenemos los hijos que deseamos tener.
Se dice que, durante mucho tiempo, existió un mandato social que empujaba a tener hijos. Hoy, podríamos estar frente a un mandato inverso: no tenerlos. En ese vaivén cultural, se abre una oportunidad única para decidir libremente, cuándo y cuántos hijos tener.
Para quienes tienen el primer hijo, la maternidad o la paternidad suele representar uno de los aspectos más significativos de su experiencia vital. Por eso, no estamos solo ante una cifra: hablamos de decisiones profundamente humanas.
Sin embargo, esta aparente libertad para decidir cuándo y cuántos hijos tener está fuertemente condicionada por factores económicos, sociales y culturales. En los hogares donde ambos miembros de la pareja trabajan y comparten las tareas de cuidado, lograr un equilibrio entre empleo y crianza se vuelve cada vez más complejo.
La rutina diaria, marcada por exigencias laborales, escolares y actividades extracurriculares, impone un modelo de cuidado intenso y poco flexible. En este contexto, muchas parejas optan por postergar —o incluso renunciar— a tener hijos, no por falta de deseo, sino porque el entorno no facilita, y a veces incluso desalienta, esa decisión.
Por eso, para comprender el descenso en la natalidad, es clave reconocer a los distintos actores sociales involucrados: Estado, empresas, familias y organizaciones civiles. Esto permite entender no solo qué políticas y acciones pueden impulsarse, sino también qué motiva a cada uno.
Mientras una pareja decide tener hijos por razones personales o afectivas, el Estado puede promoverlo por cuestiones demográficas o previsionales, y las empresas, por ejemplo, al ampliar licencias parentales, pueden buscar retener talento o mejorar su clima laboral.
Cada actor responde a intereses distintos, pero todos influyen en las condiciones que rodean la decisión de tener hijos.
En Argentina, los datos disponibles no muestran con precisión las razones detrás del descenso en la natalidad. En cambio, en países como España, encuestas como la de Fecundidad de 2018 ofrecen mayor claridad.
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Allí, tanto mujeres como varones señalan factores económicos, laborales y de conciliación entre la vida personal y profesional como las principales causas para retrasar o postergar la maternidad y la paternidad.
Las mujeres con hijos valoran especialmente las medidas de conciliación y la flexibilidad horaria en el trabajo, mientras que los varones también las consideran importantes, aunque dan mayor peso a las razones económicas —salvo entre los 40 y 49 años, donde se destacan los factores laborales y de conciliación.
Otro aspecto clave que destaca la encuesta en España —y que puede aportar pistas para interpretar la situación en Argentina— es la ausencia de una relación afectiva estable como factor decisivo en la postergación de la maternidad y la paternidad.
Aunque se trata de una dimensión del ámbito privado, no deja de tener implicancias sociales, especialmente si se considera su vínculo con el crecimiento sostenido de los hogares unipersonales. Además, cuanto más se retrasa la llegada del primer hijo, más se reduce la probabilidad de tener dos o más.
En el plano laboral, se observa un importante desajuste entre las exigencias del mercado y los esfuerzos que implican los cuidados familiares. Aunque el modelo del trabajador ideal —varón, full-time y sin responsabilidades de cuidado— ha perdido vigencia, sigue primando una lógica de exclusividad y alta productividad.
En este contexto, las barreras que históricamente recaían sobre las mujeres con hijos comienzan también a afectar a los varones que eligen involucrarse activamente en la crianza. Esto pone de manifiesto la profunda incompatibilidad entre las estructuras laborales actuales y las demandas reales que supone tener hijos durante la vida laboral.
El gran desafío del siglo XXI es integrar la vida laboral, personal y familiar articulando el compromiso de todos los actores sociales.
El Estado, a través de políticas públicas de cuidado, debe facilitar el acceso a jardines maternales desde edades tempranas, promover la jornada escolar extendida, considerar la ampliación de las licencias por paternidad y acompañar las distintas etapas del ciclo vital de las familias con políticas que trasciendan el mero asistencialismo.
Las empresas, por su parte, están llamadas a promover una cultura organizacional que favorezca el desarrollo humano y profesional de sus trabajadores, reconociendo a sus familias como parte de sus grupos de interés.
Dentro de los hogares, es esencial avanzar hacia un modelo de corresponsabilidad, donde mujeres y varones puedan desarrollarse plenamente tanto en el cuidado como en el trabajo, a partir de acuerdos que respeten los tiempos y necesidades de cada etapa familiar.
Finalmente, las organizaciones civiles tienen un papel clave en seguir promoviendo el valor de la familia como el habitad natural para el crecimiento, la contención y la promoción de la vida humana. Solo a través de una acción conjunta y sostenida podremos construir un entorno social que permita elegir con libertad cuándo y cuántos hijos tener.
(*) Magister, docente investigador del Instituto para el Matrimonio y la Familia de la Universidad Católica de Santa Fe. Doctorando en la Universidad de Alcalá (España).