Cuando la luz se apaga
El apagón que paralizó Europa y encendió viejas costumbres
La interrupción eléctrica que afectó a España, Portugal y el sur de Francia dejó al descubierto cuánto dependemos de la energía. También revalorizó tecnologías olvidadas como la radio a pilas, y nos recordó que, cuando todo falla, lo esencial aún permanece.
El lunes amaneció con un inusual silencio tecnológico en buena parte del suroeste europeo. Un apagón masivo afectó a millones de personas en España, Portugal y el sur de Francia, paralizando servicios básicos y sumiendo a las ciudades en una sensación de vulnerabilidad que parecía cosa del pasado. Trenes detenidos, semáforos apagados, hospitales operando con generadores, bancos sin sistemas y hogares sin conexión: una postal distópica que, paradójicamente, devolvió protagonismo a objetos tan simples como una linterna o una radio a pilas.
“No sólo se apagó la luz. Se apagó la normalidad”, sintetizó el ingeniero español Joaquín Maura, especialista en sistemas de redes eléctricas. En diálogo con la prensa, explicó que este tipo de eventos “ponen en evidencia la dependencia total que tiene el mundo moderno de la energía continua y estable”. La electricidad no sólo alimenta nuestros electrodomésticos, sino también nuestras decisiones cotidianas, nuestra comunicación y hasta nuestras emociones.
Sociedad eléctrica
Desde hace décadas, la humanidad construye su vida alrededor de la energía. Pero el nivel de dependencia ha escalado a niveles inusitados. Según datos de la Agencia Internacional de Energía, más del 90% de la infraestructura urbana en Europa depende de sistemas eléctricos automatizados. Eso incluye no solo servicios esenciales, sino también actividades tan básicas como trabajar, estudiar, trasladarse o alimentarse.
“Sin energía, se cae la nube, los servidores, los GPS, las redes sociales, los servicios de streaming y hasta los sistemas de refrigeración de los alimentos”, explica Mariana Brusa, especialista en sostenibilidad urbana. “El apagón europeo funcionó como una especie de prueba no programada de lo que ocurre cuando esa red invisible deja de sostenernos”.
En Madrid y Lisboa, por ejemplo, los sistemas de transporte público colapsaron. En Toulouse, se suspendieron operaciones en clínicas privadas. En regiones rurales de Galicia y Andalucía, incluso se interrumpió el suministro de agua por el paro de las bombas eléctricas. La falta de conectividad también afectó la comunicación oficial: en algunas zonas, las autoridades locales no podían transmitir alertas ni actualizaciones, y muchos se informaban por boca en boca.
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El regreso de lo analógico
En medio de la incertidumbre, se reactivaron elementos del pasado. “Encontré la vieja radio a pilas en un cajón y fue como rescatar una reliquia sagrada”, relató desde Sevilla la docente Elena Ferrer. “Pudimos escuchar la señal pública que transmitía desde un generador, y fue nuestro único contacto con el mundo exterior”.
La radio, las velas, los juegos de mesa, las libretas y los mapas en papel resurgieron como salvavidas culturales. “Lo que parecía superado, volvió con fuerza”, reflexiona el sociólogo Pierre Lavaux desde Montpellier. “El apagón fue una experiencia de desaceleración forzada, pero también una oportunidad de reconexión con formas de vida más lentas, más humanas, más táctiles”.
Lavaux sostiene que estos eventos deben ser interpretados no solo como crisis, sino como momentos de aprendizaje: “Nos enseñan que no todo está perdido cuando la red cae. Sobreviven saberes ancestrales, recursos familiares, herramientas simples. Y eso también es una forma de resiliencia”.
Fragilidad moderna
Especialistas en ciberseguridad han advertido que este tipo de apagones pueden no ser meramente accidentales. Algunas hipótesis apuntan a posibles ataques a la infraestructura energética, algo que ya ocurrió en Ucrania y Estados Unidos. En Europa, la creciente digitalización del sistema eléctrico -donde cada estación, transformador y nodo está interconectado digitalmente- convierte a la red en un blanco atractivo para amenazas externas.
“Cuando todo depende de lo digital, todo puede ser vulnerado”, señaló en redes el investigador alemán Klaus Hinrich. Y añadió: “Nos falta redundancia, nos sobran automatismos. Es tiempo de pensar en tecnologías híbridas que puedan funcionar también offline”.
La lección que deja el apagón europeo trasciende fronteras. En ciudades como Rosario o Santa Fe, donde los cortes de luz son frecuentes en verano, también se viene discutiendo la necesidad de sistemas de emergencia comunitarios. “Desde generadores compartidos hasta estaciones de carga solar en barrios. Hay que prepararse para un mundo donde la energía no sea tan confiable”, advierte Brusa.
Luz propia
Mientras la red eléctrica tardaba horas en restablecerse en distintas regiones de la península, hubo algo que nunca se cortó: la creatividad. Hubo quien salió con guitarras a la calle, quien encendió el horno a leña, quien compartió velas con los vecinos, o quien simplemente se sentó a conversar sin pantallas de por medio.
“Tal vez no podamos controlar todos los sistemas, pero sí podemos elegir cómo atravesar el apagón”, concluye Lavaux. “Y a veces, lo esencial no necesita enchufe”.