La “partida de nacimiento” de un Pontífice
El cambio de nombre papal: una tradición con siglos de historia

De Pedro a León XIV, el protocolo, la fórmula "Habemus Papam" y qué hay detrás de esta antigua costumbre de elegir un nuevo nombre al asumir el liderazgo de la Iglesia católica.
Analía De Luca
Con cada elección papal, la primera pregunta que surge tras el humo blanco es: ¿quién es el cardenal electo y cómo se llamará en su nuevo rol de Sumo Pontífice? La elección de ese nombre no es un gesto menor, sino un símbolo cargado de historia, tradición y espiritualidad que se remonta a los orígenes del cristianismo.
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Un gesto que nace con Pedro
El cambio de nombre pontificio encuentra su raíz en el mismo Evangelio. Jesús fue quien llamó a Simón con el nombre de Pedro, marcando así el inicio de una nueva identidad y misión: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Desde entonces, este gesto se transformó en una costumbre profundamente arraigada: cada nuevo Papa elige un nombre que refleje su visión, sus intenciones o su devoción particular.
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La fórmula del “Habemus Papam”
Una vez concluida la votación en el Cónclave y aceptada la elección, el cardenal protodiácono anuncia al mundo la gran noticia: “Habemus Papam”, seguida del nombre elegido por el nuevo obispo de Roma. Ese instante, pronunciado desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, marca simbólicamente el nacimiento de un nuevo pontificado.

Tras aceptar su elección, el nuevo Papa responde a una pregunta clave en latín: “¿Quo nomine vis vocari?” (¿Cómo deseas ser llamado?). La respuesta suele inspirarse en un santo, un apóstol o un Pontífice anterior cuyo legado se desea continuar.
Por ejemplo, el Papa Pablo VI tomó su nombre en honor al apóstol misionero, mientras que Benedicto XVI lo hizo por Benedicto XV y san Benito de Nursia, patrón de Europa.
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Nombres frecuentes, ausencias notables y motivaciones personales
A lo largo de los siglos, algunos nombres se repitieron con frecuencia: Pío, León, Gregorio, Juan, Benedicto, entre otros. Sorprendentemente, nunca se ha elegido nuevamente el nombre de Pedro, en respeto al primer Papa. Además, en la historia reciente, Juan Pablo I innovó al adoptar un nombre doble en homenaje a sus dos predecesores inmediatos.
La elección del nombre también puede tener un carácter íntimo. Juan XXIII, por ejemplo, explicó que eligió ese nombre por ser el de su padre y el de la parroquia donde fue bautizado. El papa Francisco optó por un nombre inédito, inspirado en san Francisco de Asís, figura de la pobreza, la paz y el cuidado de la creación.
Un nombre, un rumbo y “Juan XXIV”, el Papa que no será (por ahora)
Durante un viaje en 2023, el Francisco sugirió que si él no viajaba a Vietnam, “seguramente irá Juan XXIV”, deslizando con humor el posible nombre de su sucesor.
Sin embargo, este jueves el cónclave reveló que el nuevo líder de la iglesia católica sería el cardenal estadounidense Robert Francis Prevost, quien eligió ser llamado León XIV.
Más allá del simbolismo, el nombre que adopta un Papa también un indicio de su estilo de liderazgo y prioridades pastorales.
En tiempos de desafíos globales y transformación social, el Pontífice número 267 de la historia eligió ser llamado León, como trece de sus antecesores; un nombre históricamente asociado a la labor social el papel ecuménico de la Iglesia católica -es decir con la voluntad de tender puentes hacia otras religiones y confesiones- y con su impulso a la acción misionera.