Impacto ambiental
La sostenibilidad en escena: ensayan cómo producir eventos sin contaminar
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La feria de sustentabilidad más grande de Latinoamérica llega por primera vez a Rosario los próximos 24 y 25 de octubre. La ciudad se convierte así en un laboratorio para pensar cómo los festivales y eventos pueden reducir su huella ambiental, medir sus emisiones y compensarlas, mientras surgen experiencias locales que buscan producir sin contaminar.
Por Agustín Arana (El Litoral)
Cuando quienes organizan Bioferia anunciaron su llegada a Rosario, el entusiasmo no fue sólo por el desembarco del festival de sustentabilidad, sino también porque implicará un desafío inédito: medir, reducir y compensar el impacto ambiental de un evento masivo en la ciudad. Y es que cada recital, feria o fiesta deja una huella -en emisiones, residuos y transporte- que a menudo pasa inadvertida.
La organización Sustaina, de Julián Corvino, trabaja para que esa huella se mida, se comunique y, cuando sea posible, se neutralice. La sostenibilidad aplicada a los eventos no es una moda verde, sino un modo de producción que empieza mucho antes de que se levanten los escenarios.
“Ayudamos desde la planificación del evento, desde el diseño. Es algo que debe pensarse desde el principio: los materiales que se usan, la alimentación, la gestión de los residuos, el transporte”, dice Corvino a El Litoral.
En la próxima edición de Bioferia, Sustaina coordinará junto con la Universidad Nacional de Rosario (UNR) el tratamiento de los residuos orgánicos generados, que serán trasladados a un centro agroecológico local para su compostaje. Los materiales reciclables se entregarán a cooperativas con certificaciones de disposición final, cerrando un circuito que evita que la basura termine en los basurales.
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Sin embargo, el verdadero salto de sostenibilidad en eventos ocurre cuando la organización empieza a hacerse responsable de su huella de carbono, es decir, de los gases de efecto invernadero que generan con su actividad.
Para medirlo, trabajan con los estándares internacionales GHG Protocol e ISO 14064 que establecen cómo medir y reportar las emisiones de gases de efecto invernadero mediante cálculos matemáticos que estiman la cantidad total de dióxido de carbono equivalente (CO₂e) emitido.
Para hacerlo, se recopilan datos sobre consumo de energía eléctrica, uso de combustibles, transporte de personas y materiales, y volumen de residuos generados durante el evento. Cada uno de esos valores se multiplica por un factor de emisión que representa el impacto ambiental de esa actividad.
Así, se obtiene una medición precisa y comparable de la huella de carbono total. Entonces, la consultora puede estimar cuántas toneladas de CO₂ equivalente emitirá el evento y cómo reducirlas o compensarlas.
Entre las opciones para compensar está la compra de “bonos de carbono”, donde cada bono representa una tonelada de CO₂ que se deja de emitir o se captura de la atmósfera. Puede comprarse a un proyecto en el país o en el extranjero, y su valor depende del tipo de iniciativa y su certificación. Sustaina ya experimentó con esta herramienta.
“Lo hicimos una vez con un evento que pidió neutralizar su huella. Compramos bonos de carbono de un proyecto de energía eólica, pero en general priorizamos acciones locales, como la plantación de especies nativas o la articulación con comunidades cercanas. Aunque no sean bonos certificados, generan un impacto tangible y positivo en el territorio”, explica Corvino.
Entre normativas, buenas intenciones y discusiones
Santa Fe ya viene transitando discusiones y acciones al respecto. En 2021, la ley 14.019 creó el Inventario Provincial de Gases de Efecto Invernadero y habilitó futuras herramientas de compensación, como un posible sistema de comercio de emisiones. La norma espera reglamentaciones que definan criterios técnicos y fondos de incentivo, aunque marca un punto de partida.
En paralelo, se discute el proyecto “Circuito de la Huella de Carbono”, que apunta a institucionalizar la medición y neutralización de emisiones, y en Rosario funciona desde hace algunos años el Programa de Buenas Prácticas Ambientales (BPA), que otorga el Sello Verde+ a instituciones y empresas que registren su huella y adopten planes de mejora ambiental.
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A nivel nacional, Argentina cuenta con un marco en desarrollo para la gestión y compensación de emisiones. El país adhiere a los compromisos del Acuerdo de París y aplica metodologías de medición compatibles con el GHG Protocol y la ISO 14064 a través del Programa Huella de Carbono Argentina, impulsado por la Secretaría de Cambio Climático, Desarrollo Sostenible e Innovación.
Este programa promueve que empresas, gobiernos locales y organizaciones cuantifiquen su huella, reduzcan sus emisiones y accedan a certificaciones oficiales por cada etapa completada (medición, reducción, neutralización).
Además, la Ley General del Ambiente (25.675) y la Ley de Presupuestos Mínimos de Adaptación y Mitigación al Cambio Climático Global (27.520) establecen los principios para el desarrollo de políticas de mitigación, entre ellas la creación de un sistema nacional de comercio de bonos de carbono, aún en fase de reglamentación.
Para Corvino, “sería fundamental que existan beneficios concretos para los productores que implementen buenas prácticas, desde sellos de reconocimiento hasta subsidios o reducciones fiscales. Y también normativas mínimas obligatorias, como la separación de residuos en origen y la trazabilidad del destino final, acompañadas de asistencia técnica”.
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Ecosistema de sostenibilidad
En su visión, la política ambiental puede funcionar como una plataforma para tejer redes entre productores, cooperativas y marcas locales, fortaleciendo un ecosistema de sostenibilidad que ya existe, aunque todavía disperso.
Mientras tanto, las experiencias locales avanzan a ritmo de aprendizaje. “Cada evento es una oportunidad para mejorar. A veces las condiciones no son las ideales, pero lo importante es que empiece a haber una mirada integral: cómo se viaja, qué se consume, qué se deja después. Es una cuestión de conciencia colectiva”, resume Corvino.
En esa línea, incorporarán en Bioferia un software -Zeroma- que permitirá a los asistentes registrar cómo llegan al evento a través de un código QR, para medir el impacto del transporte, una de las principales fuentes de emisiones.
Rosario ensaya así un modelo posible de sostenibilidad en el entretenimiento. No se trata de evitar el encuentro ni la música, sino de repensar cómo se celebra.