Estrategia, creatividad y comunidad
Melincué, la capital santafesina del Wargame

En el pueblo de 2500 habitantes un grupo apasionado pinta miniaturas, diseña escenarios y recrea batallas épicas.
Melincué es conocido por su laguna, su casino y su vida típica de los pueblos del sur santafesino. Pero detrás de esa postal, se esconde un universo sorprendente: un grupo de personas se reúne para jugar wargames, un hobby que combina táctica, azar, modelismo y narrativa fantástica. En proporción a su población, la cifra impacta: más de una decena de jugadores en una localidad de 2500 habitantes, un número que en ciudades como Buenos Aires sería difícil de replicar. Esa rareza justifica el título: Melincué, puede considerarse como la capital santafesina del Wargame.
Pero ¿qué es exactamente un Wargame? La traducción literal es “juego de guerra”, y su origen se remonta a los siglos XVIII y XIX, cuando oficiales prusianos usaban mapas y fichas para entrenar estrategias militares. Con el tiempo, esa práctica se transformó en entretenimiento y dio origen a un hobby que hoy tiene millones de fanáticos en todo el mundo. ¿Cómo funciona? Los jugadores arman ejércitos en miniatura, pintan cada figura con un nivel de detalle impresionante y las enfrentan en escenarios especialmente diseñados, con reglas que combinan estrategia y azar.
“Lo más popular es Warhammer, que tiene versiones medievales y futuristas, pero también jugamos Mordheim, que es más narrativo. Son juegos que te atrapan porque no solo tirás dados: hay toda una historia detrás, hay campañas, hay progresión de personajes”, explicó en diálogo con este medio Juan Pablo Gamalero, impulsor del proyecto local.

Una historia que empezó en Buenos Aires
La relación de Juan Pablo con los wargames tuvo su orígen hace más de dos décadas y, como toda pasión, nació de un flechazo visual. “La primera vez que vi algo parecido fue en Buenos Aires, en el año 97. Estaba en una vidriera, era una maqueta increíble. Me dije: ‘Algún día quiero tener una en mi casa’, sin saber que era un juego”, recordó.
Ese deseo se convirtió en realidad en 2001, cuando un compañero de trabajo le mostró una caja con miniaturas. “Me empezó a contar las reglas y me enloquecí. Era lo que había visto años antes. Desde ahí no paré”, relató.
Sin embargo, el camino no fue fácil. Tras mudarse a Melincué, las miniaturas quedaron guardadas más de diez años en un placard. “No tenía con quién jugar. Estuvieron ahí hasta que uno de mis hijos las encontró. Ese día improvisamos una partida con cajas de zapatos como casas. Y volvió la magia”.

Hoy, esa magia se traduce en números impresionantes: más de 1500 miniaturas pintadas y más de 50 escenarios diseñados por él. “Antes todo era artesanal, con cartón y palitos. Hoy la impresión 3D nos ahorra tiempo, pero la pintura sigue siendo a mano. Cada pieza es única”, señaló, mientras muestra una mesa que parece sacada de una película de fantasía épica.
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Cómo se juega una batalla
Para los que nunca escucharon hablar de un Wargame, la dinámica puede parecer compleja, pero es más sencilla de lo que parece. En Warhammer, el más popular, los ejércitos se enfrentan en un tablero donde cada unidad tiene atributos como movimiento, fuerza, resistencia y liderazgo. “Se juega con cinta métrica para medir distancias y con dados para resolver combates. Es un sistema táctico por turnos, muy estratégico”, explicó Gamalero.
Las partidas varían según el juego. “Una batalla de Warhammer de 2000 puntos dura unas dos horas. Mordheim, en cambio, se juega con bandas más pequeñas y es más complejo, porque manejás la economía, los progresos de tus guerreros y sus desgracias. Eso le da un toque narrativo que engancha mucho”, detalló.

¿Hace falta experiencia previa? Para nada. “Muchos arrancaron sin saber de qué se trata. Miran, prueban y se enganchan. Lo importante es divertirse”, dijo Juan, y agregó un dato que sorprende: “Hemos jugado mesas de hasta seis jugadores, pero lo ideal es no más de cuatro, porque se hace muy largo el turno”.
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Un grupo que rompe el molde
Hoy, la comunidad local en Melincué suma 14 integrantes, con ocho que juegan de forma activa. Puede parecer poco, pero no lo es: “En Buenos Aires no encontrás diez jugadores cada dos mil habitantes. Acá sí. Es una locura”, afirmó Gamalero, orgulloso de la rareza.
Y no se trata solo de un juego. “Es una juntada social. Compartimos charlas, mate, tutucas. Es como juntarse a ver un partido, pero con miniaturas. Si no mando el mensaje para organizar, enseguida empiezan en el grupo: ‘¿Hay partida este finde?’”, contó.
Ese costado social es clave. “Esto te saca de la pantalla. Jugás cara a cara, charlás, inventás historias. Incluso ayudó a chicos que estaban todo el día con la computadora a salir, a interactuar. Es un cable a tierra”, reflexionó.

El arte detrás del juego
Más allá de la estrategia, hay un universo creativo enorme. Las mesas parecen escenarios de cine: ruinas medievales, torres, bosques, ríos. “Hoy usamos impresión 3D, pero antes todo era casero. Hice cosas con telgopor, papel, café quemado para simular tierra, hasta esmalte de uñas. Es cuestión de imaginación”, reveló Gamalero.
Cada figura lleva horas de trabajo. “Podés pasar una tarde entera pintando un enano. Y no se siente pérdida de tiempo: es relajante, es arte. Hay gente que juega, otros que coleccionan. Yo hago las dos cosas”, dijo, mientras muestra un ejército listo para la próxima batalla.
A nivel mundial y regional
En Argentina, los wargames crecen en las grandes ciudades, con torneos en Buenos Aires y Córdoba. “Yo estoy en grupos nacionales y también en comunidades españolas. En Europa esto es muy común. Acá cuesta más, pero va en aumento”.
El sueño del grupo melincuense es armar un torneo regional y, a futuro, sumarse a la liga nacional. “Es una idea que me entusiasma. Sería genial que en Melincué tengamos un evento así”, proyectó.
“Esto no es solo un juego: es creatividad, estrategia y amistad. Si alguien quiere conocerlo, que me escriba. Siempre hay lugar para uno más”, aseguró Juan Pablo Gamalero.