Crónica política
De Lula a Cristina; de Néstor a Eskenazi

Por Rogelio Alaniz
I
Los abrazos hablan, revelan, expresan. Observen el abrazo frío, distante, de Luiz Lula da Silva con Javier Milei y el abrazo cálido y fogoso de Lula con Cristina. Digamos que el presidente de Brasil pudo expresarse y se dio el gusto de marcar las diferencias, factura liviana que le pasó a su colega atendiendo los delicados piropos que en su momento Milei le prodigó. Lo cierto es que la visita de Lula a San José 1111 fue la noticia del jueves, mucho más popular que el encuentro de mandatarios del Mercosur. La noticia podría titularse de diversos modos. "Un presidente y una ex presidente se reúnen". "Lula visita a su compañera Cristina detenida por la derecha". Y también: "Un ex preso y una presa se abrazan". Que cada uno elija el que más le satisface. Todos los títulos son verdaderos pero las perspectivas no lo son; las consideraciones políticas también son diferentes. Y las correspondientes manipulaciones. Sin duda que Cristina dio un paso importante para su causa con la vista del actual presidente de Brasil. Lula por su parte, devolvió atenciones, ya que cuando estuvo preso en una celda y no en su casa de familia, Cristina se solidarizó con él y Alberto Fernández lo visitó. Una mano lava a la otra y con las dos nos lavamos la cara.
II
Lula y Cristina tienen en común haber sido presidentes y haber sido presidiarios. Cristina todavía lo es. Según ellos, reivindican las mismas banderas políticas y poseen los mismos enemigos. A continuación yo me permito algunas diferencias. Lula fue durante más de cuatro décadas un emblema de la lucha obrera y popular de Brasil. Y lo fue porque se comprometió en serio y porque más de una vez se jugó el cuero. Cristina no puede atribuirse ni por cerca esas virtudes. El riesgo más grande que corrió debe de haber sido cuando ordenó un desalojo por la ley 1050 y el pobre propietario se resistió a quedarse en la calle; o alguna vez cuando contradijo a Néstor sabiendo que el sopapo flotaba en el aire. Lula estuvo preso, pero la causa que lo llevó a la cárcel gira alrededor de la propiedad de un dúplex. En ese plano, Cristina y Néstor tienen derecho a considerarlo un aprendiz, sobre todo si atendemos el formidable proceso de saqueo de recursos nacionales que organizó la encantadora pareja de El Calafate. Una observación respecto a Lula. La corrupción en Brasil fue escandalosa. Dicen que siempre lo fue. "El mecanismo", se llamó al sistema de negocios entre empresarios, políticos y funcionarios. El PT y Lula no fueron la excepción. Los principales colaboradores de Lula fueron a la cárcel con las manos esposadas. José Dirceu, en algún punto el fundador del PT, recibió condenas de más de treinta años de cárcel. Si Dirceu fue corrupto Lula no pudo haberlo ignorado. Como tampco pudo ignorar -salvo que sea tonto y no lo es- que todas o casi todos sus colaboradores robaban. Final abierto. Puede que en este punto Lula y Cristina mantengan insospechadas afinidades.
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III
Regresemos a San José 1111. Después están las desmesuras, los énfasis, las victimizaciones. Cristina dice que está presa injustamente (todos los presos del mundo dicen lo mismo) y que no la dejan salir al balcón. Lo siento por ella, pero no fue detenida por un dictador sino por un fallo judicial de una causa que se desenvolvió durante diecisiete años. Si le vamos a creer a la Señora, está detenida en una mazmorra no muy diferente a la del Conde de Montecristo o a la que padeció Pepe Mujica en el fondo de un pozo. Cristina está en su casa, sale a bailar al balcón, recibe a los amigos y publica arengas contra el gobierno. Más privilegios no puede tener. Lo único que le falta es que le permitan salir de compras por la Recoleta o Palermo y subirse a alguna tribuna. Cristina no lo dice pero lo sabe: es una presa privilegiada, su cárcel es una cálida y coqueta buhardilla donde nada le falta. El poder en ese sentido hace milagros, y Cristina -qué duda cabe- es un personaje del poder que está atravesando por algunos inconvenientes que, supone, pronto serán superados.
IV
Una de sus primeras declaraciones apenas se retiró Lula de calle San José, es que en Argentina estamos viviendo un terrorismo de estado de baja intensidad. Miente por partida doble. Miente porque en Argentina hay muchos problemas, pero hablar de terrorismo de estado es un disparate. Y miente porque alguna vez dijo que ella y Néstor lucharon contra la dictadura, y solo personas que nunca tuvieron la más mínima contradicción con la dictadura de Jorge Videla y Emilio Massera, o que jamás los molestaron ni para pedirle el DNI, pueden decir que la Argentina actual es igual o parecida a la Argentina de los años de plomo. Su retórica acerca del proyecto explotador pergeñado por la derecha es más anacrónica que "Las venas abiertas de América Latina", libro que hasta el propio Eduardo Galeano admitía que había que actualizarlo y revisarlo. Comparar a Milei con Augusto Pinochet es hacerle un favor a Milei. Y reiterar de que ella es inocente, es tratarnos a los argentinos de tontos. Si alguien necesita algún argumento más acerca de la actividad delictiva llevada adelante por Néstor y Cristina, presten atención al proceso de privatización de YPF, luego al proceso de estatización y a la habilidad, como la de Mandrake el Mago, para sacar conejos de la galera y para instalar a los Eskenazi en el directorio de YPF sin poner un peso, y argumentando que con esa decisión la burguesía nacional empezaba a gravitar en YPF. Después pasó lo que pasó. Murió Kirchner y sus burgueses nacionales lo mejicanearon, motivo por el cual Cristina decide estatizar no se sabe si porque cree en los principios del estatismo o porque quería cobrarse la estafa de los Eskenazi.
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V
Militantes K convictos y confesos arrojan excrementos en el frente de la casa del diputado José Luis Espert, el mismo que hace un par de semanas se preguntó qué pasaría con la sensibilidad de Florencia Kirchner al saber que es una hija de puta. Trolls de Milei publican videos truchos en los que observamos las supuestas relaciones sexuales de Julia Mengolini con su hermano, la respuesta "elegante" de los libertarios a la imputación que en su momento hiciera Mengolini a Milei por mantener relaciones incestuosas con su hermana Karina. La diputada peronista Florecía Carignano le reprocha a la diputada nacional Juliana Santillán, de LLA, su condición de "gato". La diputada Lilia Lemoine le dice a su ex compañera de bancada, Lourdes Arrieta, "agradecé que no te arranco la cabeza". Referido al dólar barato, el ministro Luis Caputo, convoca a invertir con una consigna que hubieran envidiado Rafael di Zeo y José Barrita, honorables barras bravas: "Comprá, no te la pierdas campeón". Mientras tanto, el presidente de la nación, Javier Milei, celebra su propio show de palabrotas, insultos y agravios contra periodistas, políticos, economistas y cualquiera que tenga la mala idea de no estar de acuerdo con él. Y todo este corso a contramano no hace más que expresar síntomas de decadencia que van más allá del lenguaje. Me dirán que me he puesto muy exigente con el lenguaje, que me comporto como una de esas viejas y venerables maestras que nos ponían en penitencia cuando se nos escapaba una mala palabra. Quienes piensan así no me conocen. Sin soberbia digo estar bastante familiarizado con el lenguaje culto y el lenguaje vulgar y sé dónde corresponde usar uno u otro. Si visito un garito, un lupanar o estoy trepado en una tribuna de fútbol, no se me ocurriría citar a Jorge Luis Borges o a William Shakespeare, o preocuparme por las concordancias o por los efectos sonoros de una palabrota. Pero si estoy en la universidad, en el Congreso, participo de un debate público o simplemente comparto un momento con mis amigos o mis hijos me esfuerzo por pulir mi lenguaje, despojarlo de vulgaridades, groserías e insultos. No estoy estableciendo privilegios o diferencias irritantes de clase, pero sé que en la vida muchas veces nos toca actuar en diferentes espacios y en esa actuación el uso que hagamos del lenguaje importa. Puedo entender la pobreza del vocabulario de un hombre que no asistió a la escuela y actúa en un ambiente donde a la pobreza económica se suma en la mayoría de los casos la pobreza del lenguaje. Pero me fastidian los comportamientos vulgares, groseros y ordinarios, de quienes disponiendo de otros recursos suelen -ya sea por razones demagógicas, por atavismos populistas o porque son incorregiblemente palurdos-, recurrir e imponernos un lenguaje procaz, agresivo y tumbero.