A la espera del próximo papa
El pos Francisco
Por Gerardo Galetto
Vivimos tiempos culturalmente marcados por el "pos": se escucha hablar de posestructuralismo, posmodernidad, posfordismo, poscolonialismo, posmetafísica… y la lista sigue.
En todos los casos, desde la filosofía contemporánea se interpreta al "pos" no tanto como "algo que viene después de", sino como una superación que incorpora pero trasciende aquello a lo que se aplica. No es un dejar atrás; al contrario: es un hacer presente de una manera modificada, transliterada, reubicada.
En ese sentido lo utilizo en el título de esta nota: no creo que haya vuelta atrás en la iglesia después de Francisco, aunque seguramente su figura desaparezca de los titulares mediáticos que tan bien supo manejar y los fragmentos de su prédica -hecha de palabras pero inseparable de sus acciones- se reinterpreten en otras direcciones.
Y no creo que haya retrocesos en gran parte porque Francisco, más que la causa de cambios en la Iglesia, fue más bien el fruto de una Iglesia que cambia. Estos cambios fermentaron a fuego lento, pero se aceleraron con el Concilio Vaticano II.
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Sin dudas la fuerte personalidad y el liderazgo del papa argentino impusieron un estilo desconocido hasta entonces en la Curia. Pero la Iglesia no es la Curia. No es que la jerarquía y la burocracia vaticana no tengan importancia, pero la Iglesia es lo que Francisco –siguiendo la tradición conciliar- llamaba el "Pueblo de Dios", conformado por todas y todos los bautizados.
Y es allí donde hace rato se vienen produciendo cambios en la forma de vivir la experiencia religiosa. La fe del creyente de a pie ya no es como la de otras épocas. En los distintos ambientes y situaciones del mundo actual, los creyentes viven su fe como pueden, en diálogo con la sociedad, condicionados por y participando de procesos irreversibles.
Y esto no los hace menos religiosos. La fe de hoy está, sin dudas, secularizada, pero no menos viva que en otras épocas. Se diría que el cristianismo de hoy también se ve atravesado por el "pos" mencionado anteriormente.
¿Un papa "poscristiano"?
Algunos han definido a Francisco como un papa "poscristiano". Creo que aciertan o al menos se acercan bastante a lo que fue su acción pastoral en el tiempo concreto que le tocó vivir. No porque haya optado teóricamente por alguna corriente filosófica, sino más bien por su modo de proceder.
El cristianismo ha sido desde sus inicios hasta bien entrada la época moderna una síntesis de tres fuentes culturales: la filosofía griega, el derecho romano y la revelación judía.
Esa síntesis alcanzó su máxima expresión en lo que se conoció como "la cristiandad": una forma de existir en la que no solo la fe, sino también la razón se conjugaba de determinada manera, con determinado estilo, con apego a ciertos valores como la (pretendida) objetividad y universalidad.
Aunque suene paradójico, la modernidad ilustrada –que en muchos aspectos se separa de la fe- dejó intacta esa estructura, metafísicamente "fuerte", segura y conquistadora. Pero todo eso hoy parece tambalear. Lo que queda es lo que –tras las huellas de Friedrich Nietzsche- ha comenzado a llamarse "poscristianismo".
Un cristianismo atento a la fragilidad, a la dispersión, a la contingencia, a lo casual, a lo impuro y mestizo.
Interpretar a Francisco dentro de este paradigma no significa atribuirle falta de fe, o poco compromiso con los dogmas o la tradición eclesiástica. En realidad, si se mira bien, no hay ninguna afirmación suya que contradiga lo que la Iglesia enseñó desde siempre.
El papa "venido desde el fin del mundo" no inventó la opción preferencial por los pobres, la justicia social, la crítica a la plutocracia. Pero tampoco repitió fórmulas gastadas. Asumió a su manera, con un lenguaje novedoso, a partir de sus experiencias pastorales previas lo que los católicos llaman el "Depósito de la Fe".
Francisco es fruto de la religiosidad popular latinoamericana -tan emotiva, exuberante y extravertida- así como de la cultura posmoderna, en la que todo parece ser más fluido y difuso, o bien, utilizando una conocida expresión filosófica, "débil".
Ni progresista ni conservador
La fe en la actualidad solo tiene chances de decir algo valioso si no se experimenta como poder o dominio, sino como atención delicada ante todo lo que corre el riesgo de perecer.
Lamentablemente, todavía son muchos los discursos religiosos fundamentalistas –o los políticos fundamentalistas que utilizan discursos religiosos- que operan ideológicamente para escamotear derechos o justificar la opresión.
Por el contrario, una fe "débil" –que no es una fe "floja"- es una fe claramente posicionada del lado de los débiles y descartados de la sociedad.
La prédica de Francisco puede sonar "light" para algunos oídos nostálgicos, o incluso contradictoria con los estereotipos que se han impuesto sobre Dios. Para otros, puede parecer politizada o partidista.
El discurso de Francisco es el de un Dios que no se cansa de perdona a "todos, todos, todos", que no margina por cuestiones de orientación sexual o identidad de género, que no niega la comunión a los divorciados; la Iglesia presupuesta por Francisco es un hospital de campaña, una puerta abierta de par en par, un puente entre lo humano y lo divino; no una aduana, ni mucho menos un muro.
Y esto no parece que sea "populismo", demagogia o deseo de buscar el aplauso, sino la encarnación del Evangelio en la cultura fragmentada y posmoderna.
De ahí que –en mi opinión- resulte impropio aplicarle el término de "progresista". Esta categoría no explica la experiencia de la fe, al menos de la fe católica. La Iglesia es una institución esencialmente tradicionalista: lo que en ella se discute son los distintos modos de vivir en el mundo sin ser del mundo.
Pero por eso mismo tampoco sirve el término "conservador": porque la tradición –en el catolicismo- es algo vivo y dinámico, es un incesante transmitir y reinterpretar las huellas y los signos del mensaje que resuena desde tiempos inmemoriales.
Y esta actitud no es equiparable a lo que en el mundo secular se entiende por "conservar". Se equivocan los que quieren hacer de la Iglesia un anticuario. "No se pone el vino nuevo en odres viejos. A vino nuevo, ¡odres nuevos!" (Mc. 2,22)
En todo caso, si se quiere aplicar una criteriología secular a la experiencia eclesial, diría que es mucho más apropiado –aunque siempre riesgoso- hablar de "derecha" e "izquierda". Porque la Iglesia está atravesada desde sus orígenes por una tensión insuprimible: aquella que se da entre la "jerarquía" y la "igualdad".
Según el relato católico, Dios nos ha creado a todos iguales en dignidad y no hace acepción de personas, pero tiene representantes institucionales. Esto crea tensiones y conflictos nunca resueltos del todo. Hay cristianos cuya sensibilidad los inclina más al orden y a la jerarquía, y hay quienes experimentan la fe en la horizontalidad, el igualitarismo y la fraternidad.
Ahora bien, en el mundo laico, el dogma central de las derechas es que los hombres no somos iguales, y el presupuesto básico de la izquierda es que podríamos y deberíamos serlo. En este esquema, no caben dudas acerca de dónde colocar al papa Francisco.
(*) Docente universitario. Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales (UNL) y Facultad de Humanidades y Artes (UNR). Doctor en Filosofía por la Pontificia Università Lateranense.