Si hacía falta una guerra...
India y Pakistán: la chispa que puede incendiar el mundo

Iván Ambroggio
El conflicto entre India y Pakistán es uno de los problemas geopolíticos más prolongados y peligrosos del mundo, con raíces históricas profundas y una complejidad que abarca disputas territoriales, diferencias religiosas, intereses estratégicos y la amenaza de un conflicto nuclear.
Desde la partición del subcontinente indio en 1947, ambos países han mantenido una relación marcada por la hostilidad, guerras abiertas y una carrera armamentística que preocupa a la comunidad internacional.
El origen del conflicto se remonta a la partición de la India británica en 1947, cuando se crearon dos Estados independientes: India, de mayoría hindú, y Pakistán, de mayoría musulmana.
Este proceso, impulsado por la Liga Musulmana y el Congreso Nacional Indio, buscaba resolver las tensiones religiosas entre hindúes y musulmanes, pero resultó en una división traumática. Millones de personas fueron desplazadas, y la violencia sectaria dejó cientos de miles de muertos.
La partición no resolvió las tensiones, sino que las trasladó a la arena geopolítica, especialmente en torno a la región de Cachemira, que hoy es el epicentro del conflicto.
Esta región, situada en el norte del subcontinente, tiene una población mayoritariamente musulmana, pero fue reclamada por ambos países tras la partición. El maharajá de Cachemira, Hari Singh, decidió unirse a India en 1947, desencadenando la primera guerra indo-pakistaní (1947-1948).
Desde entonces, Cachemira ha sido dividida por la Línea de Control (LOC), con India controlando Jammu y Cachemira, y Pakistán administrando Azad Cachemira y Gilgit-Baltistán. Ambos países reclaman la totalidad del territorio, y los enfrentamientos armados en la LOC son frecuentes.
Vale aclarar que la LOC no es una frontera internacional formalmente reconocida, sino que sirve como un límite administrativo y militar entre las partes en disputa. India considera a Cachemira parte integral de su soberanía, mientras que Pakistán argumenta que la región, de mayoría musulmana, debería pertenecerle.
Las tensiones se exacerbaron en 2019, cuando el gobierno nacionalista hindú de Narendra Modi revocó el estatus especial de Jammu y Cachemira, una disposición constitucional que le otorgaba autonomía parcial, y la convirtió en un territorio administrado directamente por Nueva Delhi.
La religión ha jugado un papel central en el conflicto. India, de mayoría hindú, y Pakistán, creado como un Estado para los musulmanes del subcontinente, han utilizado la identidad religiosa para movilizar apoyo interno y justificar sus posturas.
En India, el ascenso del nacionalismo hindú bajo el Partido Bharatiya Janata (BJP) ha intensificado la retórica anti-pakistaní, mientras que, en Pakistán, el discurso islamista ha alimentado la narrativa de Cachemira como una causa musulmana.
Sin embargo, el conflicto no es puramente religioso; factores políticos, históricos y estratégicos son igualmente determinantes.
India y Pakistán libraron cuatro guerras (1947-1948, 1965, 1971 y 1999) y numerosos enfrentamientos menores. La guerra de 1971, aunque centrada en la independencia de Bangladesh (entonces Pakistán Oriental), debilitó significativamente a Pakistán y consolidó la superioridad militar de India.
El conflicto de Kargil en 1999, en el que fuerzas pakistaníes se infiltraron en territorio indio, marcó otro punto álgido, resuelto tras una intervención militar india y una fuerte presión internacional.
Los intereses en juego son múltiples. Para India, Cachemira es un símbolo de su integridad territorial y un baluarte contra la influencia china, que mantiene estrechos lazos con Pakistán. Para Pakistán, Cachemira es una causa nacional y un medio para contrarrestar la hegemonía india en la región.
China desempeña un papel indirecto, apoyando a Pakistán mediante inversiones en el Corredor Económico China-Pakistán (CPEC) y controlando partes de Cachemira, como Aksai Chin, que significa "desierto de las piedras blancas" —un enorme desierto de sal —.
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Por su parte, Estados Unidos, históricamente más cercano a Pakistán durante la Guerra Fría, fortaleció su alianza con India en las últimas décadas, complicando la dinámica regional. El conflicto adquiere una dimensión global debido al estatus de ambos Estados como potencias nucleares. India realizó su primera prueba nuclear en 1974, y Pakistán en 1998.
Este tipo de armas en manos de ambos países plantea un riesgo catastrófico, ya que un conflicto escalado podría desencadenar un intercambio nuclear con consecuencias devastadoras para la región y el mundo.
Según el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, por sus siglas en inglés) los países que poseen armas nucleares son: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Lo concreto es que el recrudecimiento del conflicto indo-pakistaní, hoy representa una amenaza para la seguridad global.
Un enfrentamiento nuclear no solo devastaría el subcontinente, sino que también podría desencadenar una crisis económica mundial, interrumpir cadenas de suministro y provocar migraciones masivas.
Además, la rivalidad fomenta la proliferación de grupos extremistas, lo que complica los esfuerzos internacionales para combatir el terrorismo. A esto se suman los intentos fallidos de la ONU para lograr la paz duradera.
La falta de diálogo entre los dos actores enfrentados, combinada con la retórica nacionalista y la militarización, mantiene el conflicto en un punto muerto peligroso.
Se trata de un desafío multidimensional alimentado por narrativas nacionalistas y agravado por la capacidad nuclear de ambos Estados. Si bien la resolución parece lejana, la diplomacia y la presión internacional para desescalar tensiones son esenciales para evitar una catástrofe con implicancias globales.
(*) Analista internacional especializado en la Universidad Nacional de Defensa de Washington, docente universitario y consultor político.