Opinión
Juicio por jurados: un minuto cero para comprender lo político
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En tiempos de fragmentación, se pone en juego una necesidad política y democrática: decidir con otros como experiencia fundacional.
Por Federico Aldao*
Una maestra de primaria, un joven recién egresado del secundario, una jubilada, un empleado de comercio, una taxista, un albañil, una estudiante universitaria, un inspector de tránsito, una empresaria local, un comerciante, una médica. No se conocen. No han sido elegidos por títulos, méritos o afiliaciones. No comparten ideología, ni historia, ni vocabulario político o jurídico. No son expertos o funcionarios, ni se han postulado para ocupar ese lugar. Han sido elegidos por sorteo y, de pronto, se sientan en una sala y deben hacer algo extraordinario: escuchar, pensar, discutir, decidir juntos. Lo que digan definirá el destino de alguien más, y también de la comunidad.
Parece un asunto técnico, un trámite judicial más, una carga pública. Pero, al mirar con atención, puede ser que aparezca otra cosa, algo más que se ponga en juego. Algo extraño, olvidado. ¿Y si esa escena —tan sencilla— fuera uno de los últimos lugares donde todavía puede nacer lo político? Porque si lo político es, como pensaba Hannah Arendt, la aparición de un espacio entre personas que, sin necesidad de pensar igual, deciden deliberar y construir algo en común, entonces un jurado es más que un procedimiento técnico: es un ensayo de política, un punto de partida para volver a pensar lo político en tiempos de desencanto.
Hoy hablar de política se ha vuelto incómodo y aburrido. La palabra aparece gastada, saturada, contaminada. Para muchos, “la política” es sinónimo de corrupción, burocracia, lucha de intereses, promesas vacías. Se percibe como algo lejano, ajeno y manipulado. La ciudadanía, mientras tanto, se replegó. Se volvió escéptica, desconfiada. A esto se suma una cultura que premia el consumo rápido, la reacción inmediata, el aislamiento voluntario. El resultado es una paradoja inquietante: las sociedades siguen siendo profundamente conflictivas, desiguales y diversas, pero sus ciudadanos cuentan cada vez con menos lugares concretos para aparecer, hablar, escuchar, decidir. Y sin esos lugares, no hay experiencia política en sentido fuerte.
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Tal vez el problema sea que lo político no simplemente está en crisis. Está ausente. No colapsó. Se evaporó. Vivimos en una época marcada por el olvido de lo político.
Es necesario pensar el juicio por jurados, como que se realizó en nuestra provincia, como un “minuto cero”. No como política plena, sino como un umbral. Un ejercicio donde se reactivan, en condiciones mínimas, algunos gestos fundamentales de lo político: juicio, deliberación entre iguales, exposición ante otros, responsabilidad compartida.
Lo político es acción y palabra entre seres humanos que se atreven a mostrarse y a juzgar. Eso ocurre, de forma mínima pero real, en un jurado. El juicio por jurados encarna ese “entre” —siempre frágil— que sostiene la vida pública. No es debate partidario, pero sí deliberación entre libres e iguales. No es representación, pero sí presencia. No es discurso político, pero sí palabra compartida. Es lo político sin “política”: sin partidos, sin anuncios, sin grandes relatos. Pero con algo fundamental: personas que, sin conocerse, deben hacer algo juntas.
Ese gesto —escuchar, considerar, argumentar, cambiar de opinión, llegar a una decisión compartida— puede parecer menor. Pero en un contexto donde la política se volvió espectáculo, cálculo o enfrentamiento, recuperar el valor de la palabra entre iguales tiene una potencia inesperada. No es automático. No es natural. Es un aprendizaje. Y, como tal, tiene un valor político profundo.
No es el ágora ateniense. No es la revolución americana. Es otra cosa: el minuto cero de lo político. Un reinicio. La punta de un hilo que podemos empezar a tirar. Un lugar donde todavía puede prenderse la chispa. Porque ahí hay algo que ya no vemos en ningún lado: extraños que se escuchan de verdad. Que no pueden silenciar al otro, ni bloquearlo, ni insultarlo con emojis. Tienen que argumentar, cambiar de idea, sostener una decisión que los trasciende.
El juicio por jurados no es una respuesta a todas las carencias de la democracia.
Es legítimo preguntarse si no estamos viendo política donde solo hay procedimiento. Podría objetarse que no todo lo que implica deliberación es político. Que el juicio por jurados sigue siendo una práctica limitada, regulada, con márgenes acotados. Que no hay creación de mundo, sino evaluación de hechos. Y todo eso es cierto. Pero justamente por eso hablamos de minuto cero, no de política en su plenitud. Es un punto de partida. Una escena que contiene, en estado latente, gestos políticos fundamentales. Allí donde ya no confiamos en las instituciones, donde la palabra pública parece agotada, donde la acción colectiva se debilita, debemos recuperar espacios donde pensar juntos sea todavía posible.
Y no, no es perfecto. A veces habrá prejuicios, errores, manipulaciones. Pero la perfección no es política. Lo político es lo que se juega en lo frágil, en lo incompleto, en lo que podría fallar... en lo humano.
Lo que el juicio por jurados pone en juego es una política en estado germinal: sin aparato, sin representación, sin ideología. Pero con algo esencial: la posibilidad de que ciudadanos elegidos por sorteo ejerzan su capacidad de juzgar con otros, reactiven una forma de lo común. Su legitimidad radica en el ejercicio compartido del juicio. En el hecho de que cada uno debe pensar por sí mismo, pero no puede decidir solo.
Esto no resuelve la crisis de la democracia. Pero en tiempos donde lo común se desintegra, donde el diálogo cede ante el algoritmo, donde la diferencia se convierte en amenaza, sentar a un grupo de desconocidos en una misma mesa y pedirles que piensen juntos puede parecer ingenuo. Pero quizás —y esto lo sabían muy bien quienes pensaron la democracia en sus orígenes— sea justo allí, en ese gesto tan frágil como insistente, donde la política aún tenga algo que decir.
* Profesor de Filosofía y tesista de la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe. Miembro y becario de investigación del Instituto de Filosofía en la misma facultad.