Crónicas de la historia
La reforma constitucional de 1921

I
La Convención Constituyente inició sus sesiones en la ciudad de Santa Fe el 15 de marzo de 1921. La iniciativa fue promovida por los dos partidos políticos mayoritarios de entonces: el radicalismo y la democracia progresista. Se estableció expresamente y por unanimidad que la Convención funcionaría durante noventa días, es decir hasta el 15 de junio, fecha que luego fue prorrogada hasta el 13 de agosto. El dato merece mencionarse porque la duración de la Constituyente será el conflicto principal que se planteará cuando, también por unanimidad, se decida prorrogar las sesiones, motivo por el cual el gobernador radical Enrique Mosca no considerará como ley suprema de la provincia una Constitución sancionada fuera del término originario. Por último, se estableció que el único tema fuera de discusión era el de la capital de la provincia, una advertencia oportuna porque desde el sur se levantaban algunas voces planteando el traslado de la capital a Rosario.
II
Reformar la Constitución no era una novedad en Santa Fe. Desde 1853 hasta 1900 hubo seis reformas con un promedio de una cada diez años. ¿Por qué? No hay una sola respuesta para esta pregunta, pero más de un historiador considera que las transformaciones aceleradas en la provincia durante todos esos años exigieron adecuar los instrumentos legales a nuevos escenarios sociales y políticos. Dicho con otras palabras, nuestra provincia es en esos años un formidable laboratorio social: en las aulas universitarias, en los locales partidarios, en los sindicatos, en la calle y en los bares se discuten las novedades del día. La presencia avasallante de estudiantes, masones, militantes católicos, socialistas reformistas, crean para 1921 el contexto que hará posible la institucionalización a través de una Asamblea Constituyente de este novedoso y rico proceso de modernización que, como tal, incluye sus luces y sombras, sus excesos y reacciones.
III
Todo se discute en esos meses: el lugar donde sesionarán los constituyentes, los derechos de los trabajadores y de las mujeres, el rol de los municipios, la estabilidad de los empleados públicos, las funciones deseables e indeseables del Estado. Se sabe que el tema religioso, y las relaciones de la Iglesia Católica con el Estado, fue uno de los factores que dividió en trincheras antagónicas a los convencionales. De todos modos, el conflicto norte-sur estará presente en los inicios mismos de la convención. Las disidencias deben haber sido importantes porque los representantes del sur se retiraron durante casi un mes de las sesiones. Finalmente se arribó a un acuerdo provisorio y las sesiones se reanudaron a partir del 14 de mayo, pero mientras tanto se había perdido un mes valioso, lo que obligó a los convencionales a prorrogar la sesiones por sesenta días más, prórroga que dará pie para que luego el gobernador Mosca dejará en suspenso los efectos de la flamante Constitución.
IV
¿Tan puntilloso era Mosca con estos temas? Diría que más que puntilloso era obediente, ya que hay buenas razones para sospechar que su decisión obedeció a una "sugerencia" dada por el presidente Hipól.ito Yrigoyen a través de un célebre telegrama, en el que con su clásico lenguaje forjado en la media palabra advierte sobre los riesgos para la Nación de que en Santa Fe se sancione una Constitución que instale otra vez el enfrentamiento entre argentinos por motivos religiosos. O sea que para impedir la vigencia del texto sancionado invocó una causa formal, la prórroga de las sesiones que, dicho sea de paso, había sido una iniciativa aprobada por unanimidad. Y una causa política, relacionada con la cuestión de la separación de la iglesia del Estado y la supresión de la palabra Dios en el prólogo y los primeros artículos. El fantasma de Nicasio Oroño regresaba a Santa Fe con todos sus fueros.
V
La reforma constituyente de 1921 sentó un precedente institucional importante, al punto de que muchos años más tarde los principales dirigentes políticos de la época recordaban con algo de nostalgia y algo de orgullo aquella convención en la que una renovada clase dirigente intentó promover un conjunto de reformas avanzadas que finalmente fracasaron o se postergaron para tiempos mejores. Para políticos como Lisandro de la Torre, Luciano Molinas o un honorable librepensador como Luis Bonaparte, la reforma constituyente fue una esperanza y a la vez un fracaso. Retornando a Santa Fe, los testigos de aquellos años ponderan el clima de renovación de ideas y el entusiasmo político que existía, la fe compartida de que la voluntad podía hacer realidad la noción de progreso.
VI
Mencioné al pasar a un hombre como Luis Bonaparte, reformista, laico y masón, alguien convencido del rumbo justiciero de una historia que no necesitaba ni de amos ni de dioses para realizar su cometido. Algo parecido podría decirse de hombres como Salvador Caputto, Plácido Maradona y Enrique Thedy. Las expectativas reformistas alcanzaban también a políticos radicales como Armando Antille, por ejemplo, aunque tal vez los exponentes más representativos de una corriente radical inspirada en orientaciones reformistas avanzadas hayan sido los hermanos Alcides y Alejandro Greca. Oriundos de la localidad de San Javier, pertenecientes a una familia con recursos suficientes para brindarle a sus hijos carreras universitarias, estudiaron en La Plata, donde incursionaron en las agrupaciones ácratas de su tiempo y cultivaron la amistad de dirigentes de izquierda. Relaciones, estas últimas, que no les impidieron -cuando retornaron a Santa Fe con sus títulos profesionales- incorporarse a la Unión Cívica Radical y constituirse en dirigentes que habrán de gravitar en la vida política de su provincia durante largos años.
VII
Tal vez uno de los rasgos distintivos de ese tiempo histórico, fue ese tipo de líder político proveniente de familias de las nuevas clases medias acomodadas e identificado con lo que consideraban las ideas más avanzadas de su tiempo, identificación que no les impedía -por cierto- continuar perteneciendo a la clase social que decían combatir. Lo que vale para los Greca vale también para los Cantoni en San Juan, los Lencinas en Mendoza, o los Laurencena en Entre Ríos. Digamos que los hijos de las clases medias y altas de forja liberal podían inclinarse en esos años hacia la izquierda, un fenómeno habitual en América Latina, donde fueron los intelectuales provenientes de las clases burguesas los que se identificaban con las ideas renovadoras. Todo esto estuvo presente en este verdadero punto de inflexión de la historia santafesina que fue la reforma constituyente de 1921.
VIII
El reconocimiento de estos datos de la realidad, no significa aprobar a libro cerrado cada una de las iniciativas de este liberalismo avanzado o desconocer los argumentos que presentaban quienes se oponían a estas reformas. Particular protagonismo desplegó en esos años la Iglesia Católica a través de sus instituciones laicas, sus periódicos y sus propios intelectuales y políticos, incluidos algunos sacerdotes que no vacilaban en sumarse con su elocuencia al intenso debate político de entonces. A modo de síntesis, podría decirse que en la Constituyente de 1921 se presentaron dos conflictos centrales, que a su vez reprodujeron otros conflictos. El primero, era de tipo regional, entre el sur y el norte, o entre Santa Fe y Rosario. El segundo problema fue -por decirlo de alguna manera- religioso: las ásperas diferencias entre un laicismo iluminista y un catolicismo que oscilaba entre el ultramontanismo y las nuevas inquietudes sociales promovidas por la encíclica Rerum Novarum. En este campo, la disputa fue dura y los protagonistas no mezquinaron críticas, ironías y agravios. Algunos fragmentos de los discursos tal vez expresen el clima de los debates. Dijo Luis Bonaparte: "El catolicismo, vencido en la ciencia, la opinión y el espíritu, anda en pretérito y añora su medieval dictadura". La respuesta de Luis María Mattos no se hizo esperar: "La supresión de Dios es temeraria porque arremete contra los sentimientos, las tradiciones y las costumbres de todo un pueblo". Voltaire contra G.K. Chesterton. El duelo recorre el tiempo de la modernidad y aún no se ha zanjado. Pero en 1921, Yrigoyen, que estaba más cerca de Chesterton que de Voltaire, resolvió a través de discretas pero eficaces diligencias, que la Constitución no fuera aprobada.