Abrir nuevas formas de pensar lo político
¿Política cuántica?
En la física cuántica, observar es intervenir. En la política, participar es transformar. ¿Qué nos enseñan las partículas y Hannah Arendt sobre lo común, lo frágil y lo posible?
Por Federico Aldao*
*Nota al lector: Este artículo emplea conceptos de la física cuántica en un sentido filosófico y metafórico, con el objetivo de abrir nuevas formas de pensar lo político. No pretende ofrecer una explicación técnica ni exhaustiva de la teoría cuántica, sino inspirarse en algunas de sus intuiciones interpretativas —como la relacionalidad y la no separación entre observador y fenómeno— para explorar el sentido de la participación y la presencia en la vida pública.
Estamos acostumbrados a creer que la realidad es algo firme, que está ahí, funcionando sola, sin nosotros. Como si el mundo fuera un escenario ya armado, y nosotros simples espectadores. Pero tal vez no sea así. Tal vez la realidad no esté del todo definida, y dependa, aunque sea en parte, de nuestra presencia. Como si algo pudiera cambiar, o incluso comenzar, cuando alguien aparece.
Puede sonar extraño, pero esto es exactamente lo que descubrió la física cuántica en el corazón de la materia: que lo real no está del todo definido de antemano. Que lo que “es” depende, muchas veces, del acto de observar, de interactuar, de estar en relación. La materia más elemental no “es” simplemente: se comporta de un modo u otro según con quién y cómo se vincula.
En nuestra vida cotidiana solemos pensar que mirar algo no lo cambia. Podemos observar una flor, una silla, una calle… y nada parece modificarse. Pero en el mundo de lo muy pequeño, como el de las partículas, eso no funciona así. Allí, observar es intervenir. Cuando intentamos ver qué está haciendo una partícula, necesitamos iluminarla, enviarle algo que nos traiga información. Pero ese contacto no es inocente: altera a la partícula, la mueve, la transforma. Es como si para ver a alguien en una habitación oscura necesitáramos arrojar una linterna que, al encenderse, lo empuja a otro lugar. Ya no está como estaba. Nuestra mirada cambió la escena.
Esta es una de las intuiciones más sorprendentes de la física cuántica: que no hay forma de conocer sin intervenir. Que no somos espectadores pasivos del mundo, sino parte del acontecimiento. Que el conocimiento es siempre una relación.
Quizás algo muy parecido —aunque en otra escala— ocurra con la política. No con la política de los partidos, ni la de los medios, ni la de los eslóganes vacíos. Sino con la política como espacio donde algo puede nacer, comenzar. Como lo pensaba Hannah Arendt: una experiencia humana en la que las personas se muestran unas a otras, hablan, disienten, y en ese gesto construyen un mundo en común.
Para Arendt, la política no es simplemente lo que hacen los gobiernos o las instituciones. Es ese ámbito donde los individuos dejan la esfera privada y entran en lo público, donde se hacen presentes, actúan, toman la palabra. Lo político no es algo que está, sino algo que ocurre cuando las personas aparecen frente a otros. Cuando se produce un encuentro real en un espacio compartido, que no pertenece a nadie, pero que nos incluye a todos.
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Tanto la física cuántica como la política, en su forma más profunda, nos invitan a dejar de pensar la realidad como algo cerrado, preexistente, inmodificable. Ambas nos exigen otra mirada: la de quienes saben que lo real es vínculo, que el mundo no se da por hecho, sino que se constituye en la relación. No hay observadores externos. Quien interviene, transforma. No hay política sin aparición. Y aunque no aparecer también sea un gesto —a veces silencioso, a veces defensivo, a veces resignado—, solo en la presencia compartida puede emerger lo común.
Así como en lo cuántico no hay una partícula aislada que simplemente “es”, en política no hay sentido sin los otros, sin vínculo, sin pluralidad. La política no es una estructura, es un acontecimiento. No está hecha de certezas, sino de posibilidades. Alguien podría objetar: ¿no es demasiado inestable pensar así la política? ¿No necesitamos certezas, planes, estructuras sólidas?
Claro que necesitamos estructuras. Pero ninguna estructura reemplaza la vida política real, que siempre depende de la acción viva, de la palabra dicha a tiempo, del encuentro inesperado. La estabilidad sin pluralidad es encierro. La estructura sin aparición es burocracia. Lo político vive en ese equilibrio delicado entre lo que ya está… y lo que puede llegar a ser.
Incluso en la ciencia, el conocimiento no se produce en soledad. Surge del diálogo, del error, de la hipótesis, del contraste. En política también. Lo importante no es tener razón, sino abrir un espacio donde algo valioso —lo justo, lo digno, lo compartido— pueda emerger. Eso no se decreta. Aparece en el entre. En el vínculo. En la presencia.
Pensemos en algo cotidiano: una comunidad que se junta en una vecinal. Personas distintas, con ideas diferentes, con historias propias. Se dicen cosas, se escuchan, se contradicen, se entusiasman. Nada de eso es espectacular. Pero ahí, en ese momento, la realidad se está creando. Y eso no estaba garantizado. Surgió porque alguien decidió intervenir. Como en un experimento cuántico, el simple hecho de participar cambió las condiciones del fenómeno.
Esta forma de pensar lo político nos obliga a romper con algunas ideas instaladas, como las que sostienen que la política es solo para expertos, que lo público está lejos de nuestra vida cotidiana, o que lo que uno haga no cambia nada. Por el contrario, si cada acto de presencia transforma, entonces entendemos que cada persona tiene un poder fundamental: el de aparecer, decir, actuar y modificar la realidad común.
Tal vez, antes de reclamar participación, habría que recuperar algo más elemental, como el deseo de aparecer. No se trata de pedirle a las personas que “vuelvan a creer en la política”, como si la política fuera una marca o una promesa rota. Se trata de otra cosa. Debemos desmercantilizarla, sacarla de la lógica del espectáculo o de la frustración, y volver a pensarla como acción. Como la posibilidad de decir, de ser visto, de intervenir en algo que no está cerrado.
Quizás la pregunta ya no sea “¿por qué no participás?”, sino otra más honesta, ¿qué te haría querer estar? ¿Qué espacio, qué forma, qué vínculo? Esa pregunta no pone al otro en falta, lo invita. Reconoce que hay razones profundas detrás del silencio, pero también la posibilidad de un nuevo comienzo. Porque lo político no empieza en las urnas ni en los discursos, empieza cuando alguien siente que estar ahí tiene sentido.
Y no hace falta que sean miles. La aparición no siempre es multitudinaria. A veces basta una sola persona, un pequeño gesto que, como en la física cuántica, cambia las condiciones del fenómeno. En ese gesto, el mundo —aunque sea por un instante— ya no es exactamente el mismo.
Deberíamos apostar a crear condiciones donde aparecer vuelva a ser posible, deseable, necesario. Donde no sea una obligación ni un privilegio, sino un acto compartido. Un nuevo comienzo.
*Federico Aldao es Profesor de Filosofía y tesista de la Licenciatura en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Católica de Santa Fe. Miembro y becario de investigación del Instituto de Filosofía en la misma facultad.