Tensión en el Vaticano
Rumores de cisma y dudas sobre la validez del próximo cónclave
La Iglesia Católica atraviesa un momento decisivo, con tensiones que ya no se limitan a diferencias internas, sino que amenazan con romper su unidad histórica. Las acusaciones de herejía contra el papa Francisco, las dudas sobre la validez del próximo cónclave y las advertencias de cisma abiertas por referentes como Müller y Viganò colocan al Vaticano ante un escenario inédito.
Ignacio Andrés Amarillo
El próximo cónclave, llamado a elegir al sucesor del papa Francisco, se anuncia como uno de los más tensos y definitorios en la historia reciente de la Iglesia Católica.
Las diferencias entre las alas conservadora y reformista no solo se han profundizado, sino que ahora amenazan con desembocar en un cisma abierto. A esto se suman cuestionamientos inéditos sobre la legitimidad misma del proceso electoral, en un clima enrarecido que anticipa días de alta conflictividad en Roma.
Müller enciende la mecha
La alarma se encendió con fuerza luego de las últimas declaraciones del cardenal alemán Gerhard Müller, ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. En tono directo y sin rodeos, Müller advirtió que “la Iglesia corre el riesgo de dividirse en dos si no se elige a un papa ortodoxo”.

La frase retumbó en los pasillos del Vaticano, donde la palabra “cisma” se pronuncia con temor, pero cada vez con menos reservas.
Müller representa al sector más duro del conservadurismo eclesial, que observa con desconfianza el legado de Francisco, particularmente su apertura hacia realidades sociales como las parejas homosexuales y su política de diálogo interreligioso, en especial con el Islam.
Para el cardenal alemán, no se trata de un debate entre “conservadores y progresistas”, sino entre “ortodoxia y herejía”. Y en ese marco, sus críticas alcanzaron también a los acuerdos firmados con China, a los que calificó de “pactos con el diablo”.
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Las palabras de Müller reflejan una preocupación que atraviesa a buena parte del Colegio Cardenalicio: ¿será el próximo Papa un continuador del camino reformista o, por el contrario, se impulsará un retorno a la tradición más estricta? La respuesta, anticipa Müller, puede marcar la unidad o la ruptura definitiva de la Iglesia.
La era de los tres Papas
Pero hablar de cisma nos lleva directamente a la opción de que una parte del Colegio Cardenalicio se retire y proclame otro pontífice. Esto nos remite a los tiempos del denominado Cisma de Occidente, cuando al papado de Roma se le opusieron los antipapas de Aviñón (ciudad por entonces del reino de Nápoles, pero ya con influencia francesa).
En esa ciudad se radicó el hoy considerado antipapa Clemente VII (Roberto de Ginebra) en oposición al romano Urbano VI (Bartolomeo de Prignano, arzobispo de Bari).
Más tarde, el Concilio de Pisa proclamó Papa a Pedro Philargés, quien tomó el nombre de Alejandro V.
De tal manera, al final del cisma hubo tres Papas: Gregorio XII (Angelo Correr) en Roma; el peculiar (anti)papa Benedicto XIII (el peculiar Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor), primero en Aviñón y hasta su muerte en Peñíscola, España; y el “pisano” Juan XXIII (Baldasarre Cossa; como es un antipapa, Angelo Giuseppe Rocalli pudo usar esa numeración en el siglo XX).
El Concilio de Constanza depuso a los antipapas y aceptó también la renuncia de Gregorio XII (el último en bajarse del cargo hasta Benedicto XVI), y elevó al trono de Pedro a Oddone (Otón) Colonna, quien tomó el nombre de Martín V, dando por cerrado aquel período, originada en las tensiónes entre Roma, el reino de Francia y la política de la península italiana.
Dudas sobre la validez del cónclave
Pero las tensiones no se agotan en lo doctrinal. En las últimas semanas, un viejo fantasma comenzó a sobrevolar los círculos vaticanos: el de la invalidez del próximo cónclave. Quien agitó esa bandera fue el filósofo austríaco Josef Seifert, ex miembro de la Academia Pontificia para la Vida y reconocido discípulo del papa Juan Pablo II.

En una carta dirigida al cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, Seifert solicitó una investigación formal sobre las numerosas acusaciones de herejía contra Francisco.
Su razonamiento es contundente: si estas acusaciones son ciertas, entonces los cardenales creados por Francisco -que son mayoría- habrían sido designados inválidamente, ya que un Papa hereje no puede ejercer autoridad legítima según antiguos decretos pontificios.
Seifert fundamenta su planteo en antiguos documentos como la bula “Cum ex apostolatus oficio” del Papa Pablo IV, que declaraba nulas las decisiones y nombramientos hechos por un Papa hereje; también ha citado el motu proprio “Inter Multiplices” de San Pío V de 1566.
En palabras del propio filósofo, “la división en la Iglesia entre la Iglesia de Bergoglio y la verdadera Iglesia sería un mal mucho menor que una iglesia tranquila y desordenada, sumida en el error”.
Viganò redobla la apuesta
Como si esto no fuera suficiente, el siempre polémico arzobispo Carlo Maria Viganò, ex nuncio en Estados Unidos y voz referencial de los sectores más radicales, recogió el guante y fue más allá. Viganò sostiene que la muerte de Francisco no cierra el capítulo de su pontificado, sino que “cristaliza una situación de ilegitimidad generalizada” que contamina todo el proceso sucesorio.
Su exigencia es clara: que los cardenales nombrados por Francisco sean excluidos del cónclave, ya que según él no tienen derecho legítimo a elegir al nuevo Papa. De lo contrario, advierte, “cualquier elección realizada en estas condiciones carecerá de la autoridad divina que confiere validez al ministerio petrino”.
El riesgo de un quiebre sin retorno
Así las cosas, la Iglesia Católica se aproxima a un momento de definición histórica. Por un lado, están quienes ven en la continuidad del legado de Francisco una oportunidad de apertura y diálogo con el mundo moderno. Por el otro, los sectores que consideran que solo un regreso estricto a la tradición puede evitar la deriva hacia el error y la herejía.
Pero esta vez, más que nunca, el riesgo de que esta pulseada termine en un cisma abierto es real. La amenaza no es menor: un quiebre podría dividir a la Iglesia en facciones irreconciliables, con enormes consecuencias pastorales, doctrinales y geopolíticas.
A medida que se acerca el cónclave, todas las miradas están puestas en Roma. Lo que allí se decida no solo marcará el rumbo de los próximos años, sino que puede definir la continuidad o la fractura de una institución que, con dos mil años de historia, enfrenta quizás una de sus horas más críticas.