Celebraciones y polémicas
Sobre el supuesto tricentenario de la ciudad de Rosario
Alejandro Damianovich
Se reedita en estos días una antigua polémica que los historiadores creíamos superada y que tiene que ver con el origen de la ciudad de Rosario. En realidad las dudas no se plantean dentro del campo académico, convencidos como estamos que la gran ciudad del sur no tiene fundador ni fecha precisa de origen. Las advertencias de los historiadores surgen a raíz de la iniciativa del intendente que propone conmemorar el tricentenario rosarino en 2025. Se le objeta que, más allá del interés legítimo de toda comunidad por celebrar sus orígenes y afirmar su identidad, convendría que tales expresiones se fundaran en acontecimientos históricos verificables documentalmente.
Desde el municipio se hace notar que en 1925 se celebró el bicentenario de la ciudad, cuando se dio crédito a la versión presentada por un antiguo vecino del Pago de los Arroyos, el aragonés Pedro Tuella, que publicó en 1802 una serie de artículos sobre la Capilla del Rosario en el Telégrafo Mercantil de Buenos Aires. En ellos, Tuella vincula el origen del primitivo caserío a una migración de indios calchaquíes que se habría asentado en torno a la capilla existente en 1725, guiados por un tal Francisco Godoy. Fue por ello que al cumplirse doscientos años de aquella fecha hubo grandes celebraciones en una ciudad orgullosa de su progreso, con expresivas manifestaciones del comercio, la prensa y las colectividades, y la presencia del presidente Marcelo T. de Alvear.
Pero ya entonces se advirtió que este relato no estaba documentado, y que bien podía tratarse de una referencia pasada de boca en boca y deformada a lo largo del tiempo, no habiendo podido identificarse en papeles la existencia del aludido Francisco Godoy, por más que la referencia de Tuella hubiera sido recogida por Estanislao Zevallos, los Carrasco (Eudoro y Gabriel) y Calixto Lassaga, figuras de sólidos prestigios intelectuales.
La intervención de historiadores con mayor oficio, como Manuel M. Cervera y Juan Álvarez, descalificó los dichos de Tuella, señalando con acierto que el origen de la actual ciudad de Rosario se debía, como en el caso de la Bajada del Paraná -que se pobló por la misma época-, al asentamiento espontáneo de pobladores que fueron ocupando terrenos dentro de la gran extensión que componía la "merced" de tierras adjudicadas en 1689 a Luis Romero de Pineda, vecino de Santa Fe. Este espacio se superpone con el que hoy ocupa una parte de la ciudad de Rosario, en la que un yerno del primer propietario (Domingo Gómez Recio) construyó una capilla que es mencionada en 1730, cuando se creó el Curato de los Arroyos, para asegurar el "pasto espiritual" a los dispersos habitantes de aquella llanura.
En torno a esta capilla se fueron asentando diversas familias que construyeron sus ranchos por aquellos años con algún desorden, por lo que tiempo después, Santiago Montenegro, propietario de una de las fracciones de la antigua "merced", resolvió dar alguna urbanización al lugar, construyó una nueva capilla y donó terrenos que incluyeron espacios para las primeras calles.
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Un relato más antiguo que el de Tuella
Se ha considerado a los dichos de Pedro Tuella, contenidos en su Relación Histórica de 1802, como la versión más antigua sobre el origen de Rosario. Su hipótesis tiene el valor de haber desarrollado una tradición que tuvo vigencia durante todo el siglo XIX y defendida aún en el siglo XX por algunos autores. Sin embargo, he podido identificar referencias anteriores contenidas en el Diario del Capitán de Fragata Juan Francisco Aguirre, anotadas a su paso por la Capilla del Rosario en 1796, cuando regresaba desde Asunción a Buenos Aires, luego de una prolongada estadía en Paraguay vinculada a la demarcación de límites con Portugal.
La teoría del asentamiento espontáneo por parte de pobladores que abandonaban otros centros como Santa Fe o Coronda, o que dispersos en los campos buscaron la seguridad del caserío apremiados por los avances de abipones y mocovíes, que en la década de 1720 asolaron la campaña hasta el Carcarañá, se fue elaborando a medida que la frágil tradición de Tuella iba confrontándose con los documentos, sin hallar confirmación. Fue Manuel Cervera su mayor expositor y queda resumida en el siguiente párrafo:
"Es que esa fundación (la de Godoy) no ha existido, sino que se fue formando un núcleo, reunidas varias familias en un punto dado, levantándose una capilla llamada del Rosario, por el nombre de la Virgen allí adorada, y ese lugar fue creciendo poco a poco en población bajo la denominación de Capilla del Rosario, y luego, como Rosario".
Otros autores, como Augusto Fernández Díaz, han completado el concepto de poblamiento espontáneo, con la valoración de la actuación de Santiago Montenegro como elemento acelerador de este proceso, al fraccionar su propiedad en pequeñas parcelas hacia 1746, y al señalar un terreno para la iglesia, que él mismo construiría, incluyendo espacios para calles.
Muchos años de estudio fueron precisos para arribar a estas conclusiones, sin advertir que unos viejos papeles escritos en 1796, sintetizaban la moderna teoría en la anotación que hizo Juan Francisco Aguirre en su Diario: "Empezaron por aquellas épocas por dos o tres ranchos que permitió agregar al oratorio el dueño estanciero". Pero la obra de Aguirre se mantuvo inédita hasta avanzado el siglo XX cuando comenzó a aparecer en la Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y quedan todavía cuadernos inéditos en la biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid que pude consultar hace ya muchos años.
La gran migración hacia el sur
El proceso del poblamiento en torno a la Capilla del Rosario está vinculado a la migración de santafesinos y corondinos que decidieron abandonar sus residencias en medio de los avances guaycurúes que hacia 1725 habían obligado al abandono de Coronda y al retiro de una gran parte de los vecinos de Santa Fe. El sur del Carcarañá parecía ser un sitio seguro, lo mismo que la costa entrerriana, por lo que se analizó la posibilidad de trasladar la ciudad a la Bajada del Paraná o al Pago de los Arroyos. Hubo santafesinos que fueron más allá y se instalaron en algunos partidos de la jurisdicción de Buenos Aires.
En 1727 el Consejo de Indias desaprobó la solicitud de la ciudad, respaldada por el gobernador Zavala, para trasladarse al sur del Carcarañá. Se argumentaba que a donde fueran los santafesinos irían luego los indios, y que se dejaría desguarnecido el principal paso del Paraná con serio perjuicio para las comunicaciones. La presión de los guaycurúes afectó también a otros pueblos originarios. Tal fue el caso de los calchaquíes que tenían su reducción al norte de Santa Fe y que se trasladaron provisoriamente al sur del Carcarañá con posterioridad a la fecha de 1725 (entre 1735 y 1740), siendo lógico que interactuaran con los primeros pobladores que comenzaban a instalarse en torno a la capilla.
Este movimiento de los calchaquíes forma parte de la migración general hacia el sur en el momento más álgido de la guerra contra los guaycurúes, en una etapa en que los colonos estaban en desventaja. Ocurre en años posteriores a los que señala Pedro Tuella y cuando llegaron a la zona ya estaban instalados muchos vecinos de Santa Fe, por lo que se había designado un Alcalde de la Santa Hermandad en 1725 (figura judicial rural) y creado el Curato en 1730. Estos calchaquíes regresaron al Pago del Salado hacia 1740, por lo que su presencia en el de Los Arroyos fue transitoria.
Noticias deformadas de este movimiento de los calchaquíes debieron llegar a Tuella a finales del siglo y las volcó en sus artículos del Telégrafo Mercantil. Por entonces ya Aguirre había consignado en su Diario la correcta versión sobre el poblamiento gradual y espontaneo en torno a la Capilla, pero sus escritos se mantenían inéditos en España.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.