Análisis literario
Teatros poéticos con la historia por escenario
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Por Diego E. Suárez
En el III Acto de la Escena VIII de "Como gustéis" (1623), William Shakespeare le hizo decir al melancólico Jaques: "Todo el mundo es un escenario/ y todos los hombres y mujeres, meros actores". Unos años más tarde, Pedro Calderón de la Barca nos hizo soñar que "La vida es sueño" (1635), algo que se hizo realidad para la protagonista de "A través del espejo y lo que Alicia encontró allí" (1871). Jorge Luis Borges lo cuenta así en su comentario a las "Obras completas" de Lewis Carroll: "Alicia sueña con el Rey Rojo, que está soñándola, y alguien le advierte que si el Rey se despierta, ella se apagará como una vela, porque no es más que un sueño del Rey que ella está soñando".
Portada del poemario de Daniel Rafalovich editado este año.
Desde antaño, mundo y teatro, vida y sueño se entrelazan, mostrando la faceta irreal de la realidad, la posibilidad de lo imposible. Como afirma uno de los personajes de "Niebla" (1914), de Miguel de Unamuno: "Lo más liberador del arte es que le hace a uno dudar de que exista". Daniel Rafalovich (Santa Fe, 1958) hace suyo este extrañamiento y construye un teatro de 60 páginas con otros teatros en su interior: "Teatro de sueños", "Teatro de melancolía", "Teatro de historias", "Unipersonal" y, finalmente, el "Teatro de sombras" que da nombre al conjunto. En el "Teatro de sueños" levanta el telón un poema sin título que funciona como punto de fuga de las diversas líneas o hilos que aparecerán en el libro:
"He soñado mil veces/ con un salto en el tiempo./ He visto extraños desfiles/ (…) He tenido sueños concéntricos/ (…) prehistóricos/ (…) medievales/ (…) con enormes Palacios de Justicia,/ entre pasillos selváticos./ También hubo casas desconocidas/ en un conocido sur/ (…) Y presencias queridas/ (…) Y, claro, esa caída sin fin/ (tan propia de los sueños)/ que precede al momento/ en que los ojos se abren al abismo".
Se delinean así algunos sugestivos desplazamientos, por un lado, de lo onírico a lo ideológico (es decir, del sueño como realización freudiana de un deseo por parte del soñador al sueño como utopía colectiva) y, por otro lado, de un surrealismo que va dando lugar a una relectura de la historia reciente.
El "Teatro de melancolía" es escenario de devenires. Devenir mujer, en "Melodrama"; niño asomado al ventanuco, en un poema sin título; alguien que mira a la calle con mirada vacía, en otro; en ella (¿quién o qué?); en algo que "queda firme aquí,/ decadente reyezuelo,/ espejismo de la nada". Lo ambivalente, lo andrógino, reina en cada verso y la poesía permite la realización de lo que pudo ser y no fue:
"Si volviese atrás el orden de las cosas/ (…) Bajaría el telón/ un homicida./ (…) Vaga el niño sin pensar en otra cosa/ que en su prueba cotidiana,/ su amor inconfesado,/ su pálido secreto". Lo único válido es la incertidumbre, porque "¿Quién puede imaginar/ mayor tristeza/ que la de aquél que jamás duda,/ que sostiene sus días/ con certezas?"
El "Teatro de historias" nos ofrece un programa biográfico: salen a escena una bruja de Salem, Lewis Carroll, Louis Althusser, Jean Gourmelin, Horacio Quiroga y la Masacre de San Bartolomé, en una visión digna de "Los desastres de la guerra" de Francisco de Goya. En "Unipersonal", tal y como sugiere el título, tiene lugar la representación de lo autobiográfico, donde lo aparentemente anecdótico se alterna con la reflexión intro y retrospectiva:
"No puedo detenerme en lo poco o mucho que he perdido/ ni conjeturar sobre futuros/ ni rutinas ni bonanzas ni miserias./ Prefiero quedarme aquí mirando el extraño color/ que toman las cosas/ con la última luz de la tarde./ Recordarme/ y no ser olvidado".
"Teatro de sombras" nos muestra el revés de la trama de todo el libro, es decir, los hilos que constituyen su tejido: la militancia política, la actualización de una memoria histórica individual y social. El título de cada poema es explícito: "Dictaduras", el tríptico "'70" y "Mayo 24, 1973, 22 horas". Todo ello nos retrotrae al poema inaugural, con su salto en el tiempo, sus extraños desfiles y sueños concéntricos (oníricos o utópicos), con esas casas desconocidas en un conocido sur, las presencias queridas y esa caída sin fin ("tan propia de los sueños"), que precede al momento en que los ojos se abren al abismo.
¿Al abismo del ayer, o del presente? ¿Tan propia de los sueños perdidos, o de los que resisten, a pesar de los pesares? "Tal vez digas que soy un soñador,/ pero el único no soy./ Espero que algún día te unas a nosotros", cantó una vez y para siempre John Lennon. Es una excelente coyuntura para recordarlo, agradeciéndole a Daniel Rafalovich sus poemas de ojos abiertos, que dispersos siembran, a su manera, una esperanza de golondrina terminando agosto ("Busco (siempre) la tibieza la esperanza./ No de fortunas/ No de glorias marchitas/ La tibieza del pan recién horneado/ la esperanza de la golondrina/ terminando Agosto").
Sobre el autor
Daniel Rafalovich nació el 17 de octubre de 1958 en la ciudad de Santa Fe. En los años 70 aparecieron sus poemas en diversas publicaciones de las llamadas "subtes" o "alternativas" de la capital provincial y de otras ciudades. En los 80 y los 90 fue seleccionado para antologías que editó la Universidad Nacional del Litoral y algunos poemas anduvieron por diarios y revistas santafesinos y nacionales. La llegada de internet y las redes sociales han desparramado por ahí algunas otras cosas que escribió. Entre 2018-2019 salieron dos pequeños libros artesanales, publicados por Ediciones Arroyo.
Desde 2004-2005 administra la página de facebook "Meta Poesía" en la que se difunden numerosos autores contemporáneos. Tuvo experiencias en Radio Nacional de Santa Fe, algunas FM y durante un tiempo en radio por internet. Rafalovich escribió, además, los textos de una obra teatral-musical representada en el Centro Cultural Provincial Francisco "Paco" Urondo, así como también creaciones humorísticas para radios y revistas. Es peronista desde la pubertad y milita en ese espacio. Padre y abuelo. Amante de la literatura, la música, el cine.
'70 - III
Pudimos abandonar a la vera del sueño
aquel despojo diario, el mesiánico impulso
por seguir combatiendo los últimos misterios.
Más hacerlo hubiese sido sólo una señal
un tenue llamamiento para la voz del aire
un deseo agónico: aunque ejemplar, postrero.
Las raíces que no pudimos cortar
invadían nuestros cuerpos espectrales
y todos eran gestos, miradas de soslayo.
Irrisorias (heroicas) muestras de voluntad. Vencida.